Las víctimas del terrorismo
votan pero no se tabulan sus sufragios ya que no queriendo banderizas sólo
arbolan la enseña constitucional. En
estos días de tantos recuentos y alianzas electorales habrán sido
transidos por el apagado dolor de las comparaciones y la prevalencia de los que
gritan más alto que los otros. Durante años han movilizado ciudadanos de toda
España en número exponencial al de todos los indignados aún acampados en las
plazas y con más espíritu cívico que éstos y mucha menos proyección pública y
mediática. Tener un asesinado por ETA en la familia, con todas las
consecuencias en desastres personales que conlleva, parece un arabesco lateral
junto a un desempleado de treinta años. Las víctimas van cumpliendo años a
extinguir y los jóvenes exigen paso y reformas. La legión de parientes de las
víctimas ya se habrán arrepentido de no
haber copado la Puerta del Sol, hacer hervir las redes sociales y haber llamado a la Prensa internacional. Aunque,
quizás, si que Rubalcaba los hubiera desalojado. Su impotencia ante la normalización política
de los asesinos es otra carga de conciencia del Gobierno que, tras intentar
dividirlos y tutelarlos, sólo les recibió para que Zapatero les contara el fusilamiento de su
abuelo. Los votos grapados a ETA oscilan entre 150.00-200.000, bastantes menos
de lo que pueden movilizar las víctimas y todos los que les acompañamos en el
agravio. Si fundaran un partido ( lo que nunca harán ) tendrían concejales y
subvenciones. La marea electoral pasa
por encima de éste colectivo sufriente, víctima y políticamente victimado. Las víctimas son nuestros judíos.
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