El gobernador de Oregón.
John Kitzhaber, ha dejado en suspenso la pena de muerte hasta el 2015 en que finalice
su mandato. “Me niego –declara- a ser parte de este sistema desigual durante
más tiempo. No puedo participar en algo que es moralmente incorrecto”. El
primer beneficiario es Gary Hauguen quien iba a ser ejecutado en diciembre por
el asesinato de la madre de su ex novia, y el anuncio se ha hecho en Salem,
escenario de la última quema de brujas de la Historia. De los 50 estados que
integran Estados Unidos solo 27 han ejecutado a alguien en la última década.
Solo 16 Estados aplican la última pena, y no solo en el profundo sur como se
supone sino también en Alaska. Pero el abolicionismo va en aumento aunque sea a
ritmo de clepsidra ya que la cadencia de la gota de agua parece más lenta que
el minutero. El abolicionismo viene de la mano del horror al error que de la
conciencia. Cualquier periodista lo hubiera dado todo por escribir “El jersey
rojo” de Gilles Perrault en el que descubrió un error judicial que llevó a la
ejecución de un hombre. El escándalo y la vergüenza colectiva arrinconaron la
guillotina antes de la normativa europea. En Estados Unidos está pasando lo
mismo: son las pruebas de ADN las que están sacando reos de los corredores de
la muerte o las que han denunciado la ejecución de inocentes. La Humanidad tuvo
más clara la aberración de la esclavitud que la aún vigente “muerte legal”. El
abolicionismo ha de avanzar por espacios; cerrado el ámbito en la Unión Europea
el próximo ha de ser Estados Unidos. Si aumentaran las campañas y las ONG no
sería tan difícil convencer a los texanos. Asia sería el próximo objetivo.
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