Las infraestructuras para
los mundiales de Fútbol del 14 y las Olimpiadas del 16 en Brasil sufren
retrasos alarmantes, pero lo que nunca he creído se lograra es la seguridad en
la hermosísima Río de Janeiro, Río de Enero. La entrada nocturna de la infantería
de marina y la policía militar en Rocinha, sin disparar un tiro, resulta tan
irreal como una gozosa rendición de Stalingrado. Favelas hay muchas pero
Rocinha, nacida desde el patio trasero del exclusivo hotel “Sheraton”, es a la
favelación lo que París y San Petersburgo a las perspectivas. Un equipo de la
televisión francesa desapareció en sus entrañas como si lo hubiera tragado el
océano. Se ha sabido de depresivos con propósitos suicidas que han trepado por
sus callejuelas alcanzando una vida mejor porque en esta no se les ha vuelto a
ver. Como es ligera la cimentación de las covachas supongo que entierran ahí.
Cuando los cariocas eran gobernados por el socialista Lionel Brizola este llegó
a acuerdos con los lideres favelistas que emitían salvoconductos para que los
periodistas pudieran subir a las favelas con escolta, pero eso suponía casi un
reconocimiento diplomático entre dos Estados y se arrumbó. Los brasileros
afrontan asuntos de orden público con infantería de marina o policía militar
(que no es la policía interna de las Fuerzas Armadas sino una policía militarizada,
con casco y arma larga) porque no se fían de una policía gubernativa enredada
en el tráfico de la “maconha”, la mejor marihuana del mundo. Rocinha no se limpia ni con napalm y las tropas no
han visto a los ausentes que cuando toque regresaran a donde solían. Rocinha
solo es conquistable destruyéndola.
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