El hundimiento del PSOE
aplastó la noticia de la muerte el domingo de Javier Pradera, viejo agitador
político-cultural, al que sus hagiógrafos, que siempre le mantuvieron en
posiciones subalternas, califican a cadáver caliente de referente intelectual
de la izquierda española. No creo que pretendiera nunca ser tal cosa, y, en
cualquier caso habrían sido los socialistas los primeros en impedirlo. En La
Moncloa le apodaban “el huerfanito” dado que habiendo asesinado los “rojos” a
su padre y a su abuelo militó de bruces en el estalinismo como agente de Jorge
Semprúm y Fernando Claudín. La Psiquiatría explica que abrazas la causa que ha
derramado tu sangre para evitar que esta se pierda en el nihilismo. Tras miles
de días compartiendo el mismo despacho respeté su inteligencia y tomé su sectarismo
a beneficio de inventario. Al Presidente Mariano Rajoy le llamaba siempre “el
registrador de la propiedad”, como si fuera un baldón, y olvidando que él
opositó con éxito a jurídico militar del franquismo. Su primera vida es la que
pesa: el que empujó la colección de bolsillo de “Alianza Editorial” que a
tantos estudiantes menesterosos nos dio una educación ecuménica. Su política a
través de “El País” es ancilar, anecdótica. No se entendía con Felipe y Guerra,
a quienes despreciaba intelectualmente. Con Enrique Múgica, compañero
comunista, llegó a no hablarse. A Solana le llamaba “el ministrillo”. El
zapaterismo le enfermaba. Pero siempre fue leal a la subnormalidad de que solo
el PSOE tiene legitimidad para gobernar España. Como no podía ser de otra manera
falleció leyendo un libro sobre la guerra civil.
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