Juan Alberto Belloch, biministro de Interior y Justicia, hoy
Alcalde de Zaragoza, por mal nombre “ el cochero de Drácula “, leía el correo y
los informes que le hacía llegar Francisco Paesa utilizando unas pinzas para no
dejar sus huellas dactilares en aquellos papeles. Tiempos de peligro en los que
convenía entrar en el despacho del hombre que buscaba a Luis Roldán con guantes
de quirófano. Paesa mantenía oculto en el Gran Paris a Roldán hasta que a éste se le acabó presuntamente el dinero y, agotada
la fuente, cobró una importante cantidad de los fondos reservados para
organizar la pamema de la entrega del prófugo en Bangkog por un capitán Khan,
laosiano, actor de reparto en un cabaret de Paris. Paesa es un monumento a la
picaresca nacional, pasante de notario, beneficiario de una “ pesca milagrosa
“en Guinea Ecuatorial, vareador en Suiza de la bella viuda de Sukarno y de esos
financieros que tienen sus oficinas en la suite del l mejor hotel de Laussana.
Hacía chapuzas de baja estofa para la policía como presionar y pagar a las
mujeres de Amedo y Domínguez, primeros hilos de los GAL. El perillán se
presentaba como agente secreto y hombre de nuestros servicios secretos de
información (¡ qué lo era!) pero usaba el disfraz de la pantera rosa. Podía
citarse con un periodista en una cafetería sin quitarse el casco de motorista,
aún siendo reconocible por su escasa estatura, o publicar su esquela mortuoria
en el diario “ El País” rogando
oraciones por su alma. Si no se han jubilado debe haber veinte magistrados que
tienen importantes preguntas que hacerles, pero ni ellos, ni Belloch, ni los
implicados en los GAL, ni siquiera Luis
Roldán tienen ganas de volver a verle. Los gobiernos no
extraditan a sus basureros.
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