Siento amistad y respeto por el político socialista canario
Jerónimo Saavedra desde que me lo presentaron en Las Palmas cuando hacía
antifranquismo en vida de Franco. Doctor en Derecho, gran docente, muy ligado a
la Universidad, ministro de Administraciones Públicas y de Educación y Ciencia
en Gobiernos de Felipe González, y alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, su
pueblo, la mejor retirada. En aquellos años, finales de los noventa, a Felipe
lo del matrimonio homosexual le parecía un arabesco lateral. Saavedra pasaba
unos días libres de fin de año en su casa canariona cuando la noche se alargó
hasta hacerse interminable y la Guardia Civil le comunicó que su pareja se
había matado en un accidente de tráfico. El ministro se tuvo que beber en
secreto todas sus lágrimas para cumplir con la parafernalia del Estado sin que
nadie le diera siquiera una cálida palmada en el hombro. El felipísmo no era homofílico;
ni siquiera feminista. El Partido Popular, en seguidismo con otros países
occidentales, era partidario de la unión civil para los homosexuales con los
mismos derechos y deberes que los “hetero” pero reservando para estos la
palabra matrimonio que es un concepto. De la adopción ya se hablaría porque
adoptamos chinos y peruanos al ser la de españoles un Himalaya burocrático.
Además un soltero paga un vientre extranjero y nacionaliza el fruto como
propio. Asunto asaz complejo.
No entendimos a Zapatero cuando nos prometió en campaña “otra forma
de amar”. Creí que aludía a la sinceridad, a la entrega generosa en la relación
sentimental. No: se refería al matrimonio homosexual al que Mariano Rajoy solo
objetaba el nombre que disturbaba la antropología, pero el PSOE aprovechó la
ocasión para presentar al PP como homófobo. Desde la tribuna ZP le insistía a
Rajoy: “Es amor, es una cuestión de amor”, derramando cursilería sobre el
Derecho comparado. De la telenovela, del culebrón venezolano (los buenos son
los brasileños) hizo ZP bandera hasta el punto de que llegada la hora de los
balances considerara el matrimonio de los homosexuales como el mayor orgullo de
su mandato. En casi ocho años todo lo que ha pasado por su despacho, crisis,
soldados muertos, terrorismo, desfondamiento económico, corrupción, todo lo
justifica la boda de dos personas del mismo sexo. Este es el pensamiento
profundo de quien nos ha gobernado dos legislaturas. Sus corifeos nos ilustran:
“Hay dos Españas, antes y después del matrimonio homosexual”. Era inevitable
que Rubalcaba en el debate planteara con voz llorosa la angustia de tanto
matrimonio gay que ignora en un sin vivir si Rajoy anulará sus uniones. El
pobre Mariano Rajoy en lo único que piensa es en destejar la homofilia del
radicalismo sexual zapateril. El PP tiene presentado un recurso ante el
Constitucional y este decidirá cuando lluevan ranas. Rajoy es registrador de la
propiedad y creyendo en el valor de la continuidad jurisdiccional nunca
divorciara a los homosexuales aunque Rubalcaba soliviante al Arcoíris en un
alarde de bajeza política. Como Zapatero ha sexualizado su política hasta
extremos de estudio psiquiátrico (al caudillo de León le pasa algo) lo que
tendrá que ver Rajoy es eso de que las niñas de 16 años puedan tomar píldoras
abortivas sin consulta médica y abortar sin conocimiento paterno-materno. Habrá
poca moviola excepto para no asfixiar a funcionarios y jubilados, carne de
cañón del ahorro socialista.
Mi querido amigo Jerónimo Saavedra (hay socialistas preeminentes y decentes)
no pudo casarse porque en los Gobiernos que compartió con Rubalcaba de esas
cosas ni se hablaba. ¡Pero que le importará al hoy candidato el futuro del
Arcoíris al que solo respeta como saco de votos!. Saavedra prologó un libro
sobre el drama homosexual de los que solo fueron tenidos por vagos y maleantes,
hez urbana y secreto rural, como homenaje a su pareja muerta a la que un
socialismo triunfante no quiso sacar del armario.
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