Para tomar impulso hacia el
inhabitable Palacio de la Moncloa no hace falta voluntad política o vocación
por el trabajo público sino entender los placeres del masoquismo y poseer la
empeñosidad del escalador. El ciclismo, que gusta a Mariano Rajoy, le dará
sabios consejos porque los forzados de la ruta sólo entienden de sufrimientos.
Desde que Adolfo Suárez tomara los papeles de Carlos Arias ningún Presidente en la España
contemporánea había recibido de su
antecesor tal legado de destrucción. Zapatero jugó en su casa de muñecas con la
unión homosexual como matrimonio o el aborto de las menores, que es lo que le gusta,
y mintió en Economía como ahora lo hace Rubalcaba diciendo al “ Washington Post
“ que nuestra postración se debe a la burbuja
de Aznar. No son mentirosos sino
“ Munchausen “: mienten por compulsión
mórbida. Los periodistas que le acompañaban a Bruselas cuentan que Aznar era un
remamahuevos para sus colegas y era capaz de apalancarse contra la estantería
de un pasillo y esperar a que saliera de una reunión el mandatario al que
quería torcer el brazo. Pese a que Zapatero y Rajoy están hablando mucho, el
primero nos ha hecho a todos la mexicaneada de aceptar en la última cumbre de
Bruselas una degradación de nuestra deuda que dificultará aún más los créditos.
El programa del PP es legible, tal como el de del PSOE es demagógico y suicida.
Pero ante un paisaje lunar será preciso ir improvisando. Si continúa el calmón
económico, no arrean ni los burros y no
vendemos deudas, Rajoy tendrá que subir impuestos. No importa el programa sino
la fortaleza mental de los nuevos protagonistas; y una perpectiva superior a una legislatura.
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