El referéndum
constitucional turco coloca a la Unión Europea ante el espejo que refleja
nuestra hipocresía de habitantes del balneario occidental. Aceptamos
complacidos el autoritarismo militar de Kemal Ataturk porque europeizaba al país, lo laicicidió, dio el voto a las
mujeres y prohibió el velo y también el fez.
Intimamente bendecida aquella tutela militar de comienzos del siglo XIX aunque nuestros
tatarabuelos hacían públicos aspavientos democráticos. Hoy como ayer el
Ejército convenía como una madrasta en un país miembro de la OTAN, con conflictos milenarios con Grecia y que están haciendo guiños con el
Irán de los ayathollas, y no solo por la
bárbara represión contra los kurdos. Ahora los responsables del sangriento del sangriento cuartelazo de
1980 pueden ser juzgados, brindando una satisfacción a una dicotomía: los derechos humanos y una incipiente vuelta a la islamización del
Estado.
Hasta la llegada de Ataturk, Turquía era
tenida por “ el hombre enfermo de Europa “ y el Club de los 27 no acaba de
saber si quiere subirse al Expreso de Medianoche, admitiendo en su seno a 100
millones de musulmanes. Sarkozy está atorando ese ingreso y el resto
europeo lo deja ser “el malvado “
porque representa el temor a una libre circulación de otomanos
que supondría una invasión cultural, religiosa, y laboral impredecible. El
triunfo del moderado partido islamista de Tayip Erdogan divide en un 57% a los
turcos y no se puede saber si pesará Alá o el espíritu de la Revolución
Francesa. Nuestras pequeñas discusiones sobre el uso del velo femenino, serían
unas minucias tras la entrada de Ankara en la UE. Ésta es la auténtica pasión
turca, y no la de Antonio Gala.
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