Bastante antes de ganar las
elecciones generales del 1997, José María Aznar me citó en su despacho del PP
en Génova, para una reunión privada, porque nunca supe la motivación del
encuentro. No debí moverle a la empatía ya que, retrepado en su butaca, no me
hizo pregunta alguna permaneciendo inexpresivo y prácticamente mudo. Para
ahogar silencios embarazosos tuve que
sustituir la conversación imposible por un monólogo inconexo hasta que
rompiendo el protocolo aduje que debía
marcharme. Mi impresión fue deplorable
hasta que pasados los años entendí que Aznar es así y hay que
comprarle por lo que vale y no por su
capacidad de seducción. Siempre me ha sorprendido que los españoles dieran una mayoría absoluta a un Inspector de Hacienda, gremio que no se distingue
precisamente por su cordialidad y no
encuentro los genes que lo comunican con su abuelo Don Manuel Aznar, gran
periodista y diplomático, que pasó sin transición del anarquismo al franquismo
y durante nuestra Guerra Civil logró ser
condenado a muerte por los dos bandos. Genio y figura.
El periodista vallisoletano Miguel Ángel Rodríguez, director de comunicación del
PP, diputado por Madrid, Secretario de
Estado y P ortavoz del Gobierno, es uno de los hombres que mejor
conoce al ex presidente de quién es además
amigo personal, publica en “La
Esfera de los libros “, el ponderado retrato del personaje, “ Y Aznar llegó a Presidente “. El libro sigue
el hilo conductor de las andanzas de ambos
desde la junta de Castilla-León
hasta el Palacio de La Moncloa y pinta un fresco del personaje, alejado
de la hagiografía, que le hace accesible tras el muro de su impasibilidad. Y lo
hace con un impagable humor. No en balde
el autor es uno de los escasos que dimitió tres veces al “Señorito“, como se le conocía en el
séquito.
Aznar suple el encanto que no tiene por su
capacidad de trabajo y austero hasta la
exasperación que no llegaba a usar
tarjetas de crédito ni móviles porque no sabía para que servían. Resulta que
era un fumador en cadena de
cigarrillos y en secreto como Adolfo
Suárez, Felipe González y Rodríguez Zapatero, y tras hartarse de toser en un
viaje a Amsterdam dejó de inhalar pasándose a los puros, para mí una señal psicológica de prepotencia. El caso es que
comenzó a coger peso y de la mano de
Bernardino Lombao empezó a castigarse hasta justificar esos abdominales
de tabla de lavar que tanto han sorprendido porque su empecinamiento
natural Aznar casi llega al culturismo.
Éste buen retratista de Aznar nunca cita a
Manuel Fraga por su nombre llamándole “Patrón“ y subraya la inquina, tras las
trapacerías y la envidia de éste hacia quién
logró lo que el gallego persiguió infructuosamente toda la vida. M.A.Rodríguez
siembra ominosas sospechas sobre el atentado de ETA contra el automóvil
de Aznar; no se explica los fallos de la
vigilancia y contravigilancia y reprocha la ausencia en la clínica de Felipe
González o cualquier ministro de su
Gobierno, al contrario de Julio Anguita que se presentó al minuto. La consigna
socialista fue de minimizar el incidente mientras el entonces aspirante,
ridiculizado por su aparente estolidez,
comentaba: “Ahora ya tengo carisma“. Fue tal la campaña de destrucción de imagen de la imagen del
candidato que se llegó a la tontería que
tenía labio leporino y por ello poblaba
su bigote. Es cierto 1que el
retratado no leyó “Cómo ganar amigos “,
aquel libro americano de autoayuda
subnormal, y que su idea de una fiesta social es cenar a solas con Ana
Botella, y ese hermetismo le impidió explicar a los españoles la segunda guerra
de Irak en la que participamos a título simbólico sin bajas entre las tropas
españolas. No obstante ha tenido más suerte que Tony Blair que no puede firmar
sus memorias sin disturbios. Nadie se acuerda que no desclasificó los papeles
del CESID para no inculpar a González, que congeló los sueldos a los
funcionarios, aguantó bien una huelga general, suprimió los gobiernos civiles,
el servicio militar obligatorio, el parque móvil de los ministerios, las
empresas públicas más importantes y hasta la peseta, cuando los
socialistas, tenían por imposible el
acceso al euro.
Lee biografías de grandes hombres y las
obras de los poetas más abstrusos. M.A.R., acrónimo con el que conoce al autor,
deja su texto a las puertas de La Moncloa y esperamos su próximo libro las
claves de la retirada política de la esfinge antes de unas elecciones que tenía que ganar y que hubiera perdido. Como si leyera
la escritura en el agua.
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