Jesús Fayo, un oscuro filósofo del franquismo, anhelaba tanto la
cartera ministerial que nunca obtuvo que exclamaba: “¡Ministro, aunque sea de
Marina!”. Los dos cuerpos de nuestro bipartidismo imperfecto venden ministros
como en los cambalaches chinos de todo a cien como si fueran de porcelana y en el entendimiento que por serlo o haberlo
sido poseen un aura que hipnotiza los votos. A más de ser amiga íntima del Presidente,
Trinidad Jiménez, puja por Madrid por
ser ministra de baja intensidad al tener sus competencias transferidas y tener
sus competencias que ha presentado ya
tres veces con mucho ringorrango su esplendoroso plan contra las golosinas infantiles. Los asesores áulicos estiman que por ser mujer conocida está
preñada de sufragios. Ítem más del pobre Corbacho con cara de irse a crucificar
a Cataluña. Parece que fue un buen alcalde en Hospitalet de Llobregat para lo
que solo se precisa sentido común porque no es
Shangai, Tokio o Nueva York, y
que es influyente en el PSC. Pero su cualidad
es la de ministro, aunque sea de Trabajo en el país de los desempleados.
Solo es culpable de maquillar estadísticas, como algunas chicas se pintan como
una puerta, pero los responsables de los brazos caídos son el Presidente y su
equipo económico. Celestino Corbacho es un aficionado a la contabilidad
creativa y creen que por ser ministro acapara votos no nacionalistas. Al Poder
se le teme pero no se le venera y suscita rechazos en las urnas. En las aguas
de la crisis emergerá el tiburón del voto de castigo. Y al Molt Honorable
Montilla se le está poniendo la faz como la de Pascual Maragall aunque sin el
Alzheimer. De cargo a cargo solo sirve para las ranas.
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