Es la temperatura a la que
el papel entra en combustión. En la anticipación de Ray Douglas Bradbury, unos
elegidos memorizaban los libros para conservarlos oralmente. En las madrazas
islamistas los educando hacen lo mismo con el Corán por lo que esos desavisados
reverendos americanos se sumergen en un ridículo peligroso levantando
piras con el texto “revelado “ a Mahoma.
Entre nosotros aquello de tirar libros a la piscina solo era un recurso literario de Francisco
Umbral, Manuel Vázquez Montalbán, a través de su personaje Pepe Carvalho,
encendía la chimenea con su biblioteca. No hay que destruir libros ni el “Mein
Kampf “ para recordar lo que supuso lo que supuso la enajenación hitleriana. La
erupción del fundamentalismo islámico no se aborda asando manteca. El problema
es que el Corán no solo es un evangelio
sino un código civil inseparable que entra en conflicto con la separación de las confesiones
religiosas y el Estado que se da en el mundo occidental. El tratamiento
coránico hacia la mujer o la añoranza
violenta por el pasado esplendor –“Allá
de donde os hayan echado volved y
matadlos a todos”- resuena ríspido para nuestra cultura. Y como la nación
musulmana está atravesando su propia Edad Media, no se puede abrir un
templo protestante o católico en Arabia
Saudí o en Irán, pero si en las
mezquitas en Lérida o ahora en la Zona Cero de Manhattan. Sin equidad y tolerancia es imposible hacer
cualquiera Alianza de las Civilizaciones
que, por lo demás, siempre se han confrontando con más o menos sangre a
lo ancho de la Historia. Solo cabe sostener a los musulmanes moderados quienes hacen lectura “ benigna” de
Mahoma, que son la mayoría, y rezar a Dios, Alá, Yhavé, , al faraón Akenaton ,
antecesor de Tutankamón, quien fue el que implantó el monoteísmo. Todos somos
hijos de un Dios menor.
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