Cualquier pronóstico sobre las elecciones
generales argentinas del próximo domingo es una especulación, circense, ante la
carencia de sociología política en el país y la disparatada manipulación de las
poco fiables encuestas. Un diario porteño como Tiempo Argentino, editado en las
instalaciones del antaño excelente La Opinión, de Jacoho Timmerman, publica
desde hace semanas encuestas diarias por el acreditado método de salir a la
calle y preguntar la los transeúntes.
Otras
encuestas que se aproximan más a lo que debe ser un sondeo de opinión varían en
cinco o en seis puntos sobre el triunfo peronista o radical, y,
sospechosamente, siempre a tenor del carácter ideológico del medio que las
publica. Los sondeos que las tres armas filtran a los periodistas son aún menos
fiables y además, varían excesivamente de un polo al otro.En estas arenas
movedizas sólo se puede poner pie en la obviedad de que el futuro presidente
democrático de los argentinos será el peronista Italo Lúder o el radical Raúl
Alfonsín. Por primera vez los radicales compiten de poder a poder con los
justicialistas, y éstos están desarrollando una campaña a remolque de las
iniciativas, siempre sugerentes y animosas, de sus enemigos
Error peronista
Los programas
electorales peronista y radical sólo difieren en el talante, en el vocabulario,
pero acaso por ello el radicalismo ha ascendido espectacularmente. Pese a todos
sus maquillajes, el peronismo acude a las urnas profundamente dividido entre
caudillos personales y con algunos candidatos que en cualquier país
jurídicamente civilizado estarían bajo caución por presunta y fundada
peligrosidad social. Todo ello unido a una campaña basada estrepitosamente en
el voto a un cadáver y en el renacimiento de la agresividad que se está
significando con apaleamientos y cencerradas en los mítines de Raúl Alfonsín.El
error de la campaña peronista reside en intentar recupera una continuidad con
1976 (golpe de Estado militar que desaloja a Isabel Perón del poder), en seguir
arrastrando por las calles los televisores los restos del general y en
presentar el "proceso militar de reorganización nacional", que
subvertió la moral del país, como un simple y desagradable incidente en la
marcha justicialista hacia la felicidad nacional.
Los
radicales centran su campaña en el campo profundo de las estructuras sociales y
políticas argentinas, haciendo hincapié en la necesidad de moralizar la vida
pública y recuperar el orgullo de ser argentino, ahora perdido, por vía del
regeneracionismo y la reflexión sobre los errores históricos cometidos. Al
tiempo, los radicales ofrecen mayores garantías de un futuro control sobre los
militares, mientras que sobre los peronistas pesan serias sospechas sobre su
proclividad a nuevos pactos.
Así las
cosas, observadores imparciales estiman que la inercia del voto peronista y su
capacidad para el mangoneo preelectoral todavía, y acaso por última vez, les
darán el triunfo, pero en todo caso por una exigua mayoría frente a los
radicales, que asisten asombrados por primera vez en su historia a mítines
multitudinarios y verdaderamente interclasistas. Raúl Alfonsín, así, habría
roto el esquema hegemónico del peronismo, sentando las bases de un bipartidismo
tan apasionante como peligroso para esta República.
Pacto con el vencedor
La cúpula
militar, que a la postre patrocina estas elecciones, es más favorable a un
entendimiento con el populismo derechista de los peronistas que con el
regeneracionismo radical, que promete equiparar la tortura con el asesinato
cualificado en el próximo Código Penal. Ahora la preocupación militar reside en
pactar con el futuro triunfador el nuevo organigrama máximo de las Fuerzas
Armadas y su dirección política y económica (hay que tener en cuenta que hasta
ahora las tres armas incluso mantienen fondos reservados en el exterior).El
problema, imposible de obviar, es que los militares ya han elegido a quienes
deben ascender a finales de año a las más altas magistraturas castrenses, y
será muy difícil para el presidente electo prescindir de estos ascensos in
péctore.
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