14/10/83

Un general para un pueblo (14-10-1983)

El domingo 30 de octubre, un censo electoral próximo a los 18 millones, sobre 28 millones de argentinos, acudirá por primera vez a las urnas en 10, años y por tercera en 20 para elegir libremente presidente y vicepresidente de la nación, diputados nacionales y provinciales, senadores, gobernadores, alcaldes y concejales. Un terremoto político y administrativo en el que cinco millones de argentinos estrenarán su derecho al sufragio. Tras siete años de proceso militar, ruina económica, acumulación de una deuda externa sideral y derrota en las Malvinas, los peronistas confían en la inercia de su movimiento obrero y sentimental, y los radicales creen que por primera vez en 40 años pueden vencer al peronismo.

"Cuando fui obligado a exiliarme marché a Italia para estudiar a Antonio Granisci y poder entender el peronismo. Ahora que lo en tiendo he regresado para votar a los radicales de Alfonsín". Es la reflexión, no exenta de humor, de un intelectual porteño de izquierda que ha tenido que recurrir al psico análisis no tanto para resolver sus contradicciones personales como para desentrañar el embrollo ideo lógico de quienes quieren sentirse próximos al proletariado argen tino.Porque uno de los empeños intelectuales más arduos consiste en intentar trasladar a esquemas occidentales el movimiento peronista sin desbarrar en demasía. Acaso el único consuelo resida en que no pocos argentinos políticamente cultos encuentran las mismas dificultades para entender cabalmente este fenómeno prepolítico amasado con culto a la personalidad ("Perón, Perón, que grande sos. Mi general, cuánto vales", reza la letra del himno peronista), corrupción, sincero populismo, rencor social, violento antiizquierdismo, nacionalismo exacerbado, bombos golpeteados hasta el frenesí, las mujeres del general, sindicatos, controlados por cúpulas mafiosas que dirimen a tiros sus cuotas de poder, bastante prepotencia ("Paso, paso, páso, que viene el peronazo"), tango, milonga, guitarra criolla, mucha, nostalgia, todo el sentimentalismo del mundo, algo de doctrina social de la Iglesia, bastante anticlericalismo y esa tranquila, sincera y ciega irracionalidad con la que aún te contestan en las postrimerías de 1983: "El peronismo es un sentimiento y entra por la piel" ("Sinvergúenza y ladrón, queremos a Perón").

La primera tentación que debe resistir el observador es equiparar el peronismo al fascismo o, como poco, al movimiento nacional. Tiene, sin duda, nopocos de los elementos irracionales de aquéllos, pero también es otra cosa y más genuina. Perón de la familia Perone- fue un admirador confeso de Mussolini, pero comenzó a movilizar las masas en la Plaza de Mayo cuando los fascismos europeos habían sido derrotados militarmente. Acogió al exilio nazi y ayudó a Franco con créditos para la adquisición de granos. Fundó sindicatos verticalistas y hegemánicos, y los libros de su segunda esposa -la fascinante Eva Duarte- fueron obligatorios en las escuelas. "La vida por Perón" fue la consigna, y se erigió en caudillo de sus fieles.

Virtuoso de la agitación por radio -aunque en menor medida que Evita- y en las concentraciones ante la Casa Rosada, en la explanada de la Plaza,de Mayo lanzó en más de una ocasión a sus huestes contra sus enemigos, y los descamisados golpearon, tirotearon, quemaron iglesias, periódicos y los reductos sociales de la oligarquía agrícola-ganadera.

Agitador virtuoso

Perón se enfrentó, con más energía que ningún otro, a la aristocracia criolla de los granos y las reses (que aún perdura y detenta poder), que soñaba una Argentina idílica y bucólica, poco poblada, afanada en trabajos agropecuarios, permanente importadora de manufacturas y libre de la peste del proletariado industrial, una Alcadia feliz en la que la mano de obra gaucha, los cabecitas negras del interior, tendrían un nivel de vida digno y los Martínez de Hoz; Anchorena, Alzaga-Unzue, Tezanos-Pintos, BulIrich, sorberían oporto en clubes exclusivos y silenciosos, vestidos con telas inglesas y discutiendo gravemente las cotizaciones de las bolsas internacionales de carne y cereales y los resultados de los partidos de polo.

El joven coronel Perón, en 1945 subsecretario de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión Social en el Gobierno del general Edelmiro J. Farrell, conecta con los sentimientos de una masa proletaria apenas organizada, y se coloca a la cabeza de una manifestación. De muchas cosas podrá acusarse al general Perón, menos de carecer de instinto político. Encauza a ese proletariado emergente y castiga con mano de hierro a la izquierda que puede discutir ideológicamente su liderazgo. El mayor odio peronista no es para la oligarquía, sino para los bolches, los zurdos, hasta que Perón, desde su Santa Elena madrileña, los necesite para regresar al poder. El primer peronistno redistribuye la riqueza, erige elefantiásicas obras sociales, desarrolla la industria, nacionaliza servicios, levanta casas, mientras Eva Duarte, colmada de joyas, abraza a sus descamisados, que la veneran, e inunda de juguetes las cunas de los niños pobres.

Perón llega, en su modernización del país, a implantar el voto femenino y el divorcio, pero se cuida de sangrar a la oligarquía y lleva adelante sus reformas con el dinero acumulado por Argentina durante la segunda guerra mundial. Sencillamente, no es un revolucionario: es un producto brillante del rencor social, harto de la tontería elegante del barrio norte de Buenos Aires. Hijo natural, viudo, se amanceba con otra hija natural -Evita- y, llenos de talento y de magogia, arremeten contra quienes se negaban y negaron a recibir los en sus salones. Ese rencor social, sumado al escaso interés de Perón por rodearse de eminencias, explican el carácter torvo, zafio, malencarado del peionismo ("Alpartasas, sí; librón, no"), donde medraron los válidos y los brujos de alcoba y en el que pareció primarse cualquier grosería o brutalidad y ser desdeñable todo refinamiento o tolerancia. Quedaron sin modernizar las estructuras sociales y políticas del país, y la industrialización fue antes un deseo de satisfacer el consumismo manufacturero de unos obreros halagados desde el poder que un proyecto serio y a largo plazo (aún hoy se habla en Argentina de "la revolución pendiente"). Quedó enquistado en la sociedad un sindicalismo de mangoneo financiero y guardaespaldas y, a la postre, la oligarquía permaneció intocada, aunque provisionalmente humillada.

Clases medias

Las clases medias, los profesio nales, todo ese magma inasequible a la seducción de la alta burguesía y a la hipnosis política que puede llegar a provocar "el aluvión zoológico" (así llegó a ser tildado el movimiento peronista), quedó desonentada entre sus propios errores y pequeños egoísmos, la multi división de los radicales y el gran pecado original de los argentinos: la consideración del Ejército como columna vertebral del país, forjador de la nación y el gran padre al que en última instancia se acude para escapar de los atolladeros. Es todo el tejido social que ahora escruta las dudosas encuestas atisbando las posibilidades del radicalismo, pero con la resignación en el alma: "Tendremos que esperaseis años más hasta que el peronismo termine de derrumbar el país. Pero lo peor que puede ocurrir en Argentina es que ganen y vuelvan a sufrir un golpe militar . El peronismo, siempre en claroscuro, fue impecablemente democrático en sus accesos al poder. En 1946 obtuvo el 52%; en 1951, el 62,49% de los votos, y en 1973, el 49,59% en la elección de Campora y el 61,85% en la de Perón. Por dos veces fue ;violentamente apartado del poder que había alcanzado legítimamente: en 1955, por el teniente general Lonardi, y en 1976 por el teniente general Videla. Es la gran coartada histórica peronista: "Todo acabó mal porque no nos dejaron acabar nuestros dos últimos períodos electorales, y, además, sufrimos persecución e injusticia, mientras que otros obtenían prebendas y colaboraban con los Gobiernos militares".

Son verdades a medias, que como bien se sabe, constituyen las más grandes mentiras. En 1955, el Ejército derroca a un Perón que quema iglesias, que está excomulgadó, que ha perdido a su gran demagoga -a la que el profesor ha embalsamado para un mausoleo faraónico- y que ha gastado las ganancias argentinas (el período 1939-1952, los años en los que no se podía transitar por los pasillos del Banco Central porque los lingotes de oro atoraban los pasillos). Perón, entonces, se exilia cuando estaba en el cabo de la cuerda. El peronismo resultó históricamente beneficiado por más que en aquel momento lo ignorara.

Pacto sutil

En 1976, el peronismo -ya sepultado el Macho en Chacarita- pacta sutilmente el golpe militar Italo Luder, entonces presidente del Senado, presidente provisional cuando se retira brevemente Isabel Perán por una enfermedad nerviosa, podía haber forzado la dimisión o incapacitación de la seflora y haber conducido al país hasta las elecciones de la mitad del Congreso, para las que sólo faltaban nueve meses. Pero el peronismo ya estaba enfangado en su propia guerra civil, la dirección del partido se había mostrado capaz de los mayores despropósitos (López Rega) e Isabel Perán presidía Consejos de Ministros en los que los titulares se perseguían a carterazos alrededor de la mesa.

El proceso militar de, reorganización nacional, además de conculcar una legalidad constitucional, degeneró en tal barbarie que santificó a algunas de su poco santas víctimas. Cinco años de prisión en un chalé de las fuerzas armadas mejoraron la todavía impresentable figura de Isabel Perón; unos años de residencia obligatoria en su domicilio hicieron de Lorenzo Migull un mártir. López Rega no es ahora candidato peronista a algo porque los militares le hicieron la maldad o el desprecio de no detenerlo y encarcelarlo durante los últimos siete años.

Toda la dirección sindical peronista fianqueó al general Ongania (el gran patrocinador latinoamericano de la doctrina de la seguridad interior) cuando desalojé a patadas de la Casa Rosada al presidente constitucional, Arturo Illía, noble anciano radical que creía en el derecho a la justicia, quien jamás puso preso a nadie por denostarle y que legalizó a los peronistas. Ya entonces el cuchicheo entre militares y sindicalistas comenzaba a significar la política argentina. Unos y otros poseían la capacidad de repartir el poder y compartían idéntico desprecio por la metodología democrática y la misma tendencia por la resolución expeditiva de los problemas personales: ¿por qué no negociar? Todavía están negociando.

Y ahora el peronismo afronta la que puede ser su prueba postrera en esta campaña electoral poblada de fantasmas y de espectros. Una amiga de siete años -obviamente, adicta a la televisión- te comenta: "Yo no voy a votar a un señor que está muerto". Y su mucama (sirvienta) le replica: "Fue el único que nos dio algo". Lo dicho: el peronismo es un sentimiento y entra por la piel.

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