20/10/83

Raúl Alfonsín, en el Ferrocarril Oeste (20-10-1983)

Desde 1946, el radicalismo es el frustrado antagonista del peronismo. Siempre perdieron las elecciones frente al Movimiento Nacional Justicialista y en dos ocasiones gobernaron gracias a los votos de sus adversarios: en 1958 los sufragios peronistas dieron la victoria al disidente radical Frondizi, a cambio de un reconocimiento político que no se produjo, y en 1963, Illía tuvo acceso a la Casa Rosada con sólo el 26% de los votos, gracias a que Perón ordenó desde Madrid votar en blanco. Tras una breve conciliación durante el segundo peronismo, el abrazo (Perón-Balbín), la antinomia han resucitado. Los argentinos vuelven a ser o peronistas o radicales. Domingo Faustino Sarmiento, presidente argentino en la segunda mitad del siglo XIX, dio por cancelados los enfrentamientos entre blancos (unitarios) y colorados (federales) mezclando pintura blanca y roja y cubriendo con la mixtura las paredes del palacio del Gobierno, que en adelante sería conocido como la Casa Rosada. Fue el gesto simbólico de un gobernante cultivado que terminó sus días como maestro rural, ejemplo de una raza de políticos con estatura moral, de los que, paradójicamente, Argentina ha sido siempre prolífica.Esta tradición hizo posible el abrazo de Perón y Ricardo Balbín, que ya viejos aceptaron que radicales y peronistas lograran tener un mínimo común denominador populista sobre el que entenderse. Pero sólo aquellos dos caudillos tenían perspectiva histórica para el encuentro nacional. Balbín despediría en el Congreso al cadáver de Perón -con las más emocionadas palabras, pero el pacto radical-peronista quedó en el tiempo, y los militares, ante los desastres de la Administración de Isabelita, ni siquiera tuvieron el obstáculo de una oposición democrática y definida en el Congreso que garantizara una alternativa política.

Reorganizada la Unión Cívica Radical (UCR) en torno a Raúl Alfonsín, el partido ha crecido nuevamente, diferenciado bajo sus viejas banderas de los mejores valores cívicos interclasistas de la sociedad argentina: respeto por las leyes, tolerancia, honestidad pública, aprecio por la cultura, desprecio de la demagogia. La UCR remozada por Alfonsín recuperó el aliento de los orígenes radicales en que Alem e Yrigoyen se enfrentaron al reaccionarismo criollo, que prácticamente añoraba los fastos del virreinato y propuso a los hijos de los colonizadores y a los primeros emigrantes una república igualitaria, amable, laboriosa e instruida.

Desde finales del pasado siglo, el radicalismo ha amparado a un amplio segmento de la sociedad argentina no muy bien definido ideológicamente (aunque inclinado hacia un conservadurismo ilustrado y liberal), pero que en sus infinitas multidivisiones siempre fue cauce de profesionales, clases medias, intelectuales y jóvenes y obreros idealistas, pero desengañados del revolucionarismo utópico. Por forzar una traslación histórica, podría suponerse que Azaña podría haber militado cómodamente en el radicalismo argentino.

Un país al que emigrar

Y tras tantos sufrimientos, muchos argentinos no han recapacitado que a la postre, bajo los Gobiernos radicales, Argentina siempre fue un país en el que se podía vivir y al que merecía la pena emigrar, mientras que bajo los Gobiernos peronistas la República adquirió él sabor agrio de las revoluciones a medio hacer. La revolución es como la salsa mahonesa: si se corta es indigerible.

Así, los dos primeros peronismos fueron interrumpidos por asonadas Militares, exactamente igual que los dos últimos Gobiernos radicales; pero mientras los peronistas eran desalojados de la Casa Rosadal- so pretexto de la inminencia de guerras civiles y en medio del caos social, los radicales fueron conducidos' hasta la calle sin otra excusa que la ambición militar alimentada por una sociedad que hasta 1976 tendía a confundir las fuerzas armadas con el ejército de salvación, al ejército con la patria, a la disciplina castrense con la eficacia administrativa.

Pero el caso es que ahora muchos argentinos añoran la presidencia de Arturo Illía y, en menos medida, la de Frondizi. Con Frondizi, un disidente radical que pacta con el peronismo proscrito, Argentina recupera su crédito exterior, por más que su política interior no sea otra cosa que una continua sumisión a las exigencias militares hasta su lógico derrocamiento. El doctor Illía, triunfante en 1963 con los votos en blanco de los peronistas, ejerce uno de los mejores Gobiernos que ha tenido Argentina en los últimos 50 años. Illía, anciano, médico rural, es sometido a un acoso cruel por la aparente ausencia de autoridad, que se traduce en que no cierre periódicos, acate con mimo la Constitución, no persiga ni a quienes le denigran y tome el té solo, sin escolta, en la confitería Richmond, de la calle Florida; de vez en vez abandona su despacho y baja a la plaza de Mayo para sentarse bajo el sol en un banco y desmigajar pan a las palomas.

La Prensa le bautiza de tortuga por su paso pausado, y muchos argentinos,que nunca habían vivido bajo mayor felicidad política, alimentaron el golpe militar del general Onganía en 1966. El viejo, sabio y tolerante Illía tuvo que abandonar a empujones la Casa Rosada, tras reputar acertada y valientemente de delincuentes a los militares que le desalojaron y sin haber cometido otro error importante que la nacionalización de las concesiones petroleras extranjeras, indispensables ante la ausencia de tecnología propia.Hoy esa mezcla de habilidad y bonhomía políticas que aunaban BaIbín e Illía, parece la inspiración de este abogado de un pueblo de Buenos Aires, de 56 años, paternal, tranquilo, hábil para el mitin, casado, con nietos. y secreto admirador de la socialdemocracia europea que es Raúl Alfonsín. Hace dos semanas, a medio camino de una campaña agotadora, los radicales convocaban su primer mitin en Buenos Aires sin atreverse a alquilar los estadios del River o del Boca ante el temor de no llenarlas. Optaron, finalmente, por el estadio del Ferrocarril Oeste (además, el- único, sindicato de la CGT dirigido por un radical es el ferroviario), en el barrio porteño de Caballito, mediano y humilde.

El peronismo replicó con una huelga de transportes de superficie para el mismo día; pero aun así 100.000 personas desbordaron las gradas, el terreno de juego y los aledaños en lo que fue considerado como el alfionsinazo en ferro. Nunca los radicales -históricamente proclives a resolver las cosas en comité- hablan acumulado tanta gente fuera de los sepelios de Yrigoyen, Balbín e Illía. Radicales provectos con niños, señoras con abrigos de piel del barrio Norte de Buenos Aires, obreros en paro, profesionales universitarios proletarizados, masas en las tribunas del estadio, atronando los bombos cual barras bravasperonistas y entonando los rítmicos y pícaros eslóganes que siempre acompañan las manifestaciones políticas en este país, apagaron la megafonía del candidato cuando prometió, de llegar al poder, equiparar la tortura al asesinato cualificado.

Las palabras esperadas- Exigió la solidaridad latinoamericana y fustigó el egoísmo económico de EEUU y el Mercado Común Europeo, abogó por la revolución verde, prometió que en Argentina será prioritaria la enseñanza elemental obligatoria sobre el servicio militar obligatorio, el final de las comandancias en jefe de las tres armas para la sumisión militar al presidente civil de la nación; ni venganzas ni claudicaciones, sino justicia pormenorizada sobre las desapariciones, las torturas y las muertes. Estado de derecho, imperio de la ley, dejarse de caminar a contramarcha de la historia ("qué nadie vuelva a intentar un golpe gratis en Argentina"). Toda la catarata de palabras largamente esperadas y que no se escuchan en los mítines peronistas.

Tras aquel discurso, el peronismo salió de su letargo e intensificó su campaña, atribuyendo a Raúl Alfonsín el padrinazgo de las multinacionales, de la socialdemocracia europea y del Departamento de Estado norteamericano. Es una degradación inútil de la metodología política, por cuanto el avance radical que obsesiona a los peronistas es dificil que finalmente les arrebate, al menos, una mayoría simple capaz de ser negociada en el colegio electoral. La inercia peronista, beneficiada por dos asonadas, aún funcionará, y sólo cuando el justicialismo agote un período legislativo y tenga un balance completo que ofrecer podrá ganar o perder en lo que será la normalización de la vida política argentina.

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