El último jueves, algunos paseantes en la city
porteña no podían evitar miradas furtivas hacia los pisos altos, en previsión
de que algún financiero se arrojara a la calle tras la lectura matinal en La
Nación o Ámbito Financiero de las disposiciones del Banco Central argentino
sobre cambio de divisas. San Martín, Cangallo, Bartolomé Mitre, Reconquista,
Sarmiento, las calles que, entrecruzadas, dibujan la cuadrícula del corazón
financiero de Buenos Aires, eran un pequeño remedo de Wall Strect durante su viernes
negro del año 1929.
La city porteña es una agrupación de
manzanas con sólidos edificios neoclásicos, que albergan uno de los muestrarios
más completos de la banca internacional, toda una galaxia de casas de cambio;
agencias de viajes, en las que se especula con el billetaje internacional, y
oficinas de fortuna que habitan usureros y mercachifles de dinero.Hace 50 años,
en estas mismas calles los precios internacionales de la tonelada de carne o de
grano hacían sonreír a los argentinos, que acumulaban sus fortunas en pesos,
sin molestarse en conocer las cotizaciones del dólar estadounidense o de las
monedas europeas. Hace tres años, los másavivados burócratas de la city
dejaron de trabajar para la correcta estabilidad de sus bancos y fundaron sus
propias financieras, deslumbrados por las innumerables posibilidades inmediatas
del monetarismo. Surgieron bancos, como el de Intercambio Regional, presididos
por hombres de 28 años, ahora prófugos de la justicia, pero que entonces
ofrecían intereses del 180% mensual a sus depositantes. Elegantes jóvenes,
guapos, intrépidos, los chicagoboys porteños llegaron a
levantar uno de los más exclusivos clubes de Buenos Aires -el San Juan-, a
10.000 dólares la cuota de ingreso y con sus acciones cotizándose en la Bolsa.
Se disipa el encanto
Los rigurosos modales de la
vida financiera hace seis meses ya se habían degradado hasta el extremo de ver
a cambistas o a gerentes cruzar la calle en mangas de camisa, con fajos de
dólares en las manos para cerrar por minutos una operación ventajosa en la
oficina de la acera de enfrente. Debería ser un axioma -y acaso lo sea- que cuando
en el mundo del dinero las prisas sustituyen a la lentitud y la metodología
expeditiva se adelanta a la circunspección es que se aproxima una
catástrofe.Hace cuatro días aquellos síntomas brotaron como ganglios en la city.
El presidente del Banco Central argentino disponía desde Nueva York la
suspensión de venta de divisas y era detenido a su regreso, en el aeródromo
internacional de Ezeiza, por la policía federal, que lo trasladaba
posteriormente al extremo sur de la Patagonia en el avión de respetoTango 2, ofrecido
como consuelo por el presidente Bignone. Un juez de mierda, según
criterio del doctor Julio González del Solar, había dictado su procesamiento y
prisión preventiva por presunta dejación de los intereses nacionales en la
negociación que el alto funcionario estaba cerrando en Nueva York con más de
300 bancos extranjeros para refinanciar la deuda de Aerolíneas Argentinas,
negociación piloto para el resto de las empresas estatales del país.
El juez Pinto Kramer, con
excremento o sin él, "pateó el tablero", como se dice por aquí. De 39
años, casado, con dos hijos, ex jugador de rugby (fue suspendido
federativamente por tres años por descerebrar de un rodillazo en la cabeza a un
contrincante). Apodado el Loco, porta habitualmente armas, y
hace dos años mató a dos delincuentes hambrientos que tuvieron la mala suerte
de intentar atracar la tienda en la que el juez estaba adquiriendo una corbata.
Nombrado juez por Isabel Perón, y confirmado por el proceso militar de
reorganización nacional, es amigo del ala derecha de la fuerza aérea,
ultranacionalista, y ahora, de alguna forma y pese a todo, el hombre que ha
hecho despertar a los argentinos de su sueño financiero.
Miedo a regresar
Cuando González del Solar
volaba hacia los hielos del río Gallegos, el doctor Whebe -el ministro de
Economía- se negaba a regresar de Nueva York, en el temor de ser también
detenido, y las prohibiciones cambiarias entraban en vigor.La locura había
tocado fondo, al fin, entre la histeria de los ahorristas y depositarios, que
hacían colas de varias manzanas en la city a las puertas de sus
bancos, en un intento patético por recuperar sus queridos billetes verdes,
estrechos y alargados con la imagen puritana de George Washington; podía
advertirse el renacimiento de la cordura. Hace algunos meses también se detectó
este repunte del sentido común cuando un grupo de viajeros argentinos reconoció
en el aeropuerto de Ezeiza los oídos absurdamente separados en la cabeza de ave
del ex ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, y le corrieron por
los vestíbulos de la terminal obligándole a refugiarse en una oficina policial.
Martínez de Hoz, profesor de
economía en la Escuela Militar, fanático del monetarismo de Milton Friedman,
jefe de filas de los chicagoboys argentinos, autor del plan
económico de los militares que derrocaron a Isabel Perón, empedernido cazador
en Suráfrica y coleccionista de trofeos cinegéticos, enamoró a su país
sobrevalorando el peso tras elrodrigazo de Celestino Rodríguez -ministro
de Isabel Perón-, que a lo largo de junio de 1975 lo devaluó en un 347%.
Malos recuerdos
Pero para el común de los
argentinos, Martínez de Hoz y su monetarismo -entre 1978 y 1981- son el símbolo
del mago enloquecido capaz de cualquier despropósito. Hizo su trabajo a la
perfección con el dólar barato; respecto al peso, los argentinos llegaron a ser
conocidos como los mejores comerciantes del mundo, como los d-m-2. Los
electrodomésticos, los relojes, los vídeos, los automóviles raramente se
adquirían por unidad en las tiendas más costosas de Europa o Estados Unidos. El
personal de tierra de la Braniff, Pan Am, Aerolíneas en Buenos Aires descargaba
retretes americanos de los vuelos procedentes de Miami. La clase media asalariada,
devenida en d-m-2 gracias al monetarismo de Martínez de Hoz, se encontró
ganando entre 2.000 y 4.000 dólares al cambio artificial, y se marchó de
vacaciones a Europa para esquiar en Gstaad, desdeñando la maravilla de
Bariloche, en la cordillera andina. Se importaron masivamente los autos
japoneses, y la línea blanca (la tradicionalmente excelente
producción argentina de artículos para el hogar) quebró cuando los argentinos
optaron por cambiar de televisor o de equipos de sonido. "Este fin de semana
nos vamos a Nueva York". René Favaloro, uno de los mejores cirujanos
cardiovasculares del mundo, diseñó una válvula aórtica sin soldaduras, de
fabricación argentina, masivamente adoptada por la cirugía estadounidense y que
ahora no puede adquirir el país para sus enfermos en Buenos Aires. Durante la plata
dulce, en los años del dólar barato, Estados Unidos vendió a bajo
precio en Suramérica las obsoletas válvulas con soldaduras, mientrasfabricaba
para el consumo interno las de diseño argentino.Tras apenas tres años de plata
dulce,durante la que los argentinos viajaron por el mundo con
las maletas repletas de dólares, haciendo oídos sordos a los rumores
desagradables ("Ha desaparecido fulano", "No se sabe nada de tal
familia"), la realidad económica se impuso con toda la violencia y
crueldad que Fontanorrosa (famoso humorista de Clarín) retrataba
en uno de sus dibujos: dos argentinos haraposos se disputaban los restos
comestibles de un cubo de basura, y uno interrogaba al otro: "Yo a usted
le conozco de algo". "Sí", respondía su interlocutor; "nos
vimos el año pasado durante nuestras vacaciones en Suiza".
El mago del monetarismo se
vio obligado a devaluar antes de abandonar su ministerio, aunque cumplida ya su
misión histórica de ofrecer un paraíso de consumo a quienes los militares
estaban privando de los más elementales derechos. La misma historia brutalmente
repetida en Chile y, con menor énfasis, en Uruguay.
El mercado paralelo del
dólar -prohibido y penado- sigue constituyendo el aspecto más sólido y moral de
la economía argentina. Honestamente, los diarios dan puntualmente información
de las fluctuaciones diarias deldólar paralelo.
La bicicleta financiera fue
la herencia del monetarismo de Martínez de Hoz. El dinero, como la bicicleta,
caía en el caso de detener su movimiento. Era preciso ponerlo a
trabajar, extrayéndole hasta sus últimas posibilidades mediante
tarjetas de crédito, imposiciones a plazo fijo, adquisición de bonos,
especulación bursátil, compra y reventa de billetes aéreos internacionales;
cualquier cosa que diera réditos.
Todo se derrumbó a cámara
lenta desde la década de los años treinta, y frenéticamente bajo el segundo
peronismo y el último proceso militar. Un juez patagónico paraliza una
negociación económica internacional, y un presidente de un Banco Central le
tilda de juez de mierda. El alto funcionario es detenido,
interrogado y liberado, y el juez le reputa deladrón de gallinas. El
ministro de Economía pregunta desde Nueva York si lo detendrán a su regreso al
país, y el administrador general de Aduanas permanece preso por supuesto
contrabando de gambas. Con los años, Cambalache ha demostrado
ser algo más que un sentido tango. Discépolo era un vidente que supone
pronosticar acertadamente que "los inmorales nos han igualado" y que
"el que no llora no mama, y el que no afana es un gil". Al menos así
lo fue hasta el hartazgo en la República Argentina.
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