10/10/83

Los peronistas argentinos temen su primer revés electoral, frente al Partido Radical, en los últimos 38 años (10-10-1983)

La campaña electoral argentina se desarrolla con una normalidad que sorprende agradablemente a los conocedores de la violenta política del país. Hecha la excepción de algunos apaleamientos de radicales a manos de la juventud peronista, la mayor agresividad es verbal entre los dos viejos antagonistas que vuelven a polarizar las segundas elecciones argentinas en veinte años y las primeras en diez. Cinco millones de ciudadanos ejercerán por vez primera el sufragio -que en Argentina es una obligación- y por primera vez en 38 años los peronistas temen un revés electoral.

La campaña peronista comenzó mal, dado el tiempo perdido en desentrañar las intenciones de Isabel Perón y en las reyertas internas por el control partidario de la provincia de Buenos Aires, y su mensaje carece de estímulos y no vende esperanzas. La campaña peronista abusa de la imagen del caudillo muerto (no se hace la más mínima referencia a la viuda y presidenta del partido) y centra su oferta electoral en la consigna Volvemos, como si la historia argentina de los últimos diez años fuera una película peronista interrumpida hace siete por los militares y dispuesta ahora para continuar proyectándose.Son muy importantes las diferencias entre Ítalo Lúder y el vicepresidente del partido y jefe político del sindicalismo, Lorenzo Miguel sobre la conducción de la campaña, y entre Miguel y Erminio Iglesias, también sindicalista, aspirante a la gobernación de Buenos Aires. Tan es así que en la presentación el sábado de las candidaturas peronistas en La Plata (capital bonaerense), Lúder alegó problemas de salud para suspender una conferencia de prensa y Erminio Iglesias, sencillamente, no hizo acto de presencia en su propia circunscripción. Iglesias aspiraba a que Lúder cerrara la campaña el 28 en La Plata junto a él; Lúder, profesoral, abatible, brillante pero casi leptosomático, una especie de Calvo Sotelo peronista, siempre atildado, no desea aparecer significativamente junto al patibulario Iglesias, colmado de cicatrices ganadas en tiroteos callejeros, inteligente pero semianalfabeto y con una fortuna personal arrimada a los garitos de juego y casas de lenocinio de la provincia que probablemente gobernará.

Reservadamente, los responsables de la campaña peronista no ocultan su preocupación. Lúder inició su campaña en los desiertos peronistas de Santiago del Estero, reuniendo a menos de cinco mil personas, el mismo día que el candidato radical, Raúl Alfonsín, recorría multitudinariamente las provincias inundadas desde hace seis meses en la mesopotamia argentina.

Alfonsín, en una campaña personal agotadora que le ha hecho recorrer ya la totalidad del país, ofrece todo lo contrario del inmovilista Volvemos: ofrece mensaje de cambio, de esperanza, de recuperación de los valores éticos y morales perdidos, sorprendentemente paralelo al que hace ahora exactamente un año le valió el triunfo electoral en España a Felipe González.

Las encuestas de opinión, aunque manipuladas hasta el descrédito, coinciden en que esta vez no habrá peronazo y que la diferencia de votos entre justicialistas y radicales serán tan escasa que no permite predecir nítidamente el triunfo de unos u otros. Esto implica de por sí una derrota moral para un partido que ya presenta a Lúder como futuro presidente y a su señora como la primera dama.

La maquinaria electoral peronista no presentará a Lúder en doce provincias y concentra sus esperanzas en la disciplina del voto partidario que se supone sigue siendo mayoritario y en la inercia del movimiento. Pero esta elección se dilucida entre el voto indeciso y los cinco millones de votos jóvenes, nuevos e incógnitos. El aparato radical confía en atraerlos con su plataforma de cambio moral.

El peligro ha sido detectado por los peronistas que han desatado una campaña sucia contra la figura de Raúl Alfonsín denunciándolo como aliado del proceso militar que se extingue, como cipayo de las empresas multinacionales y candidato del departamento de Estado, en un intento de excitar el sensible nacionalismo del país. El caso es que los pocos observadores imparciales estiman que, cuando menos, ésta es la ocasión en que los radicales se encuentran más próximos a la posibilidad de derrotar electoralmente al peronismo, ya sin líder mágico que sacar al balcón y con muchos seguidores todavía emocionalmente partidarios, pero lúcidamente cansados de repeticiones históricas. Como dicen los propios peronistas de Buenos Aires, ni siquiera Perón soportó un tercer peronismo: prefirió morirse en el segundo.


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