La campaña electoral argentina se desarrolla con
una normalidad que sorprende agradablemente a los conocedores de la violenta
política del país. Hecha la excepción de algunos apaleamientos de radicales a
manos de la juventud peronista, la mayor agresividad es verbal entre los dos
viejos antagonistas que vuelven a polarizar las segundas elecciones argentinas
en veinte años y las primeras en diez. Cinco millones de ciudadanos ejercerán
por vez primera el sufragio -que en Argentina es una obligación- y por primera
vez en 38 años los peronistas temen un revés electoral.
La campaña
peronista comenzó mal, dado el tiempo perdido en desentrañar las intenciones de
Isabel Perón y en las reyertas internas por el control partidario de la
provincia de Buenos Aires, y su mensaje carece de estímulos y no vende
esperanzas. La campaña peronista abusa de la imagen del caudillo muerto (no se
hace la más mínima referencia a la viuda y presidenta del partido) y centra su
oferta electoral en la consigna Volvemos, como si la historia
argentina de los últimos diez años fuera una película peronista interrumpida
hace siete por los militares y dispuesta ahora para continuar proyectándose.Son
muy importantes las diferencias entre Ítalo Lúder y el vicepresidente del
partido y jefe político del sindicalismo, Lorenzo Miguel sobre la conducción de
la campaña, y entre Miguel y Erminio Iglesias, también sindicalista, aspirante
a la gobernación de Buenos Aires. Tan es así que en la presentación el sábado
de las candidaturas peronistas en La Plata (capital bonaerense), Lúder alegó
problemas de salud para suspender una conferencia de prensa y Erminio Iglesias,
sencillamente, no hizo acto de presencia en su propia circunscripción. Iglesias
aspiraba a que Lúder cerrara la campaña el 28 en La Plata junto a él; Lúder,
profesoral, abatible, brillante pero casi leptosomático, una especie de Calvo
Sotelo peronista, siempre atildado, no desea aparecer significativamente junto
al patibulario Iglesias, colmado de cicatrices ganadas en tiroteos callejeros,
inteligente pero semianalfabeto y con una fortuna personal arrimada a los
garitos de juego y casas de lenocinio de la provincia que probablemente
gobernará.
Reservadamente,
los responsables de la campaña peronista no ocultan su preocupación. Lúder
inició su campaña en los desiertos peronistas de Santiago del Estero, reuniendo
a menos de cinco mil personas, el mismo día que el candidato radical, Raúl
Alfonsín, recorría multitudinariamente las provincias inundadas desde hace seis
meses en la mesopotamia argentina.
Alfonsín,
en una campaña personal agotadora que le ha hecho recorrer ya la totalidad del
país, ofrece todo lo contrario del inmovilista Volvemos: ofrece mensaje de
cambio, de esperanza, de recuperación de los valores éticos y morales perdidos,
sorprendentemente paralelo al que hace ahora exactamente un año le valió el
triunfo electoral en España a Felipe González.
Las
encuestas de opinión, aunque manipuladas hasta el descrédito, coinciden en que
esta vez no habrá peronazo y que la diferencia de votos entre
justicialistas y radicales serán tan escasa que no permite predecir nítidamente
el triunfo de unos u otros. Esto implica de por sí una derrota moral para un
partido que ya presenta a Lúder como futuro presidente y a su señora como la
primera dama.
La
maquinaria electoral peronista no presentará a Lúder en doce provincias y
concentra sus esperanzas en la disciplina del voto partidario que se supone
sigue siendo mayoritario y en la inercia del movimiento. Pero esta elección se
dilucida entre el voto indeciso y los cinco millones de votos jóvenes, nuevos e
incógnitos. El aparato radical confía en atraerlos con su plataforma de cambio
moral.
El peligro
ha sido detectado por los peronistas que han desatado una campaña sucia contra
la figura de Raúl Alfonsín denunciándolo como aliado del proceso militar que se
extingue, como cipayo de las empresas multinacionales y candidato del
departamento de Estado, en un intento de excitar el sensible nacionalismo del
país. El caso es que los pocos observadores imparciales estiman que, cuando
menos, ésta es la ocasión en que los radicales se encuentran más próximos a la
posibilidad de derrotar electoralmente al peronismo, ya sin líder mágico que
sacar al balcón y con muchos seguidores todavía emocionalmente partidarios,
pero lúcidamente cansados de repeticiones históricas. Como dicen los propios
peronistas de Buenos Aires, ni siquiera Perón soportó un tercer peronismo:
prefirió morirse en el segundo.
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