21/10/83

Urnas de madera con militares al fondo (21-10-1983)

Las fuerzas armadas argentinas son las organizadoras de los comicios del domingo 30 de octubre. Once partidos concurren a estas elecciones, de los que sólo -los radicales que encabeza Raúl Alfonsín y los peronistas de Italo Argentino Lúder- tienen peso real en el país. Desarrollistas, intransigentes y centristas son los que se baten por un tercer puesto que pueda, en el futuro, romper la bipolarización actual de la política argentina. Los militares, que no en balde son los que organizan las elecciones, no parecen temer que tras la llegada de la democracia se les exija cuenta pormenorizada del genocidio, cometido durante sus siete años de poder.

Corresponsales extranjeros recién llegados a Buenos Aires para relatar este tramo final de la transición a la democracia evidencian, en un par de jornadas de trabajo, su proclividad al aburrimiento. Esperaban, lógicamente, algún estallido social o emocional en vísperas de la recuperación de las libertades perdidas. No hay tal. De igual manera que la democratización española se debió en su origen a unas sesiones continuadas de fútbol televisado que provocaron una tromboflebitis en la pierna de un general, y la griega, a una derrota militar en Chipre frente al Ejército turco, los argentinos deben su democracia inminente a un batallón de tropas gurkas que con brillantez hizo su trabajo sucio en las Malvinas.Por una vez, la historia dio la razón a Oswald Spengler, y un pelotón de soldados nepaleses, drogados y notablemente sanguinarios, salvé a la civilización occidental en la República Argentina, contribuyendo al derrumbamiento de una dictadura militar particularmente cruel y catastrófica. Es un hecho esencial que debe ser recordado para entender el proceso electoral en este país: las elecciones generales han sido convocadas por los militares, y el teniente general Cristino Nicolaides, jefe del

Ejército, triunviro de la actual Junta Militar, es el responsable de los comicios hasta para la adquisición de las urnas de madera y ranura frontal enque van a votar los argentinos.

Probablemente, y pese a la vigencia del estado de sitio, Buenos Aires sea en este interregno la ciudad formalmente más libre del mundo donde 50 manifestantes de cualquier partido marginal pueden cortar el tráfico de alguna principal arteria ciudadana sin que las patrullas de la policía federal hagan otra cosa que abrirles marcha y proporcionarles protección.

Las manifestaciones por los desaparecidos que finalizan ante la Casa Rosada permiten a los funcionarios del Gobierna y al propio presidente, Reynaldo Bignone, escuchar tras los visillos los más atroces epítetos, gritados por muchedumbres indignadas, apenas contenidas por policías impertérritos como bobbies británicos.

En clave radical o en clave peronista

Pero el paisaje no debe engañar al observador. No es exactamente la democracia lo que antes reclama el elector medio argentino, sino la posibilidad de volver a vivir en clave radical o en clave peronista.
Ésa es la tranquilidad de las fuerzas armadas de este país, que de otro modo no estarían patrocinando unas elecciones. Desahogado en este período el pueblo argentino, los uniformados aspiran a mantener sus cuotas de influencia. Todos los años por estas fechas se procede en las tres armas a la selección de quienes pueden tener acceso al generalato, al almirantazgo o al grado de brigadier. La actual cúpula militar ya ha hecho las evaluaciones pertinentes y el futuro Gobierno democrático no tiene otra opción que elegir el lugar en el escalafón que ocuparán los primeros militares argentinos de 1984. La mayoría de los partidos políticos -con mayor énfasis la Unión Cívica Radical- promete la supresión del comando en jefe de cada arma, su sustitución por una jefatura de Estado Mayor y la unificación de las tres fuerzas bajo la jefatura civil que ordena la

Constitución. Será, probablemente, un mero cambio semántico, por cuanto los uniformados argentinos ya están tomando sus posiciones ante el próximo Gobierno civil, presumiblemente peronista.

El almirante Franco, comandante en jefe de la Armada, acaba de pasar anticipadamente al retiro al almirante Palet, por sus contactos con el peronismo, para ser el próximo jefe de Estado Mayor naval. Y para nadie es un misterio las aspiraciones de los generales Trimarco (que manda la primera división del país) o Verspláesten (ex jefe de la policía de Buenos Aires) de verse beneficiados por Herminio Iglesias (aspirante a la gobernación de la primera provincia del país), con un cargo principal en la futura cúpula castrense.

El temor de los militares es relativo

El temor militar por sus responsabilidades ante los miles de desapariciones es relativo. El pacto de sangre firmado en su día por los militares para proceder entre todos al último genocidio del siglo XX aún ofrece garantías, y sólo cabe esperar el procesamiento de los integrantes de las últimas juntas militares (tres altos jefes por cada arma) y de aquellos oficiales particular y públicamente comprometidos en crímenes ominosos.

Pero las fuerzas armadas, colectiva e institucionalmente responsables de la desaparición de miles de ciudadanos, no esperan otro ,castigo que el simbólico sobre algunos jefes retirados. De otra manera, no estarían organizando las elecciones, no son unas fuerzas armadas derrotadas en su frente interior -por el contrario, estiman, acertadamente, que sólo han tenido éxito en su lucha contra la subversión- y no tienen ninguna intención de dejarse enjuiciar pormenorizadamente por aquella atrocidades.

Terceros partidos en discordia

Acaso por cuanto los electores argentinos tienen muy clara esta circunstancia, la campaña está exenta de grandes alegrías por la recuperación de la democracia de todos y ha caído nuevamente en el simple enfrentamiento radical-pe ronista y en la vieja, aburrida y sórdida lucha interna de los sindicalistas por mayores parcelas de poder. Ahí es dónde ponen el grito en el cielo los restantes partidos que estiman unánimemente que la única salida al atolladero argentino pasa por la superación de la antinomia entre radicales y peronistas.

Los comunistas (prosoviéticos y burgueses) apoyan la fórmula peronista en la esperanza de heredar cualquier día algún resto del movimiento obrero. Y la Alianza Federal, el Movimiento de Integración y Desarrollo y el Partido Intransigente se disputan el tercer puesto en las elecciones y en el futuro del país. Los federales constituyen un partido de centro con remotas posibilidades de tener acceso a esa tercera posición. Los desarrollistas y los intransigentes, ambos desgajados del radicalismo, intentan infructuosamente convencer al electorado de la necesidad de escapar al infernal bipartidismo; de que peronistas y radicales son, a la postre, muy parecidos, que finalmente terminarán pactando y que, ante el previsible desastre del Gobierno de los primeros, el país no tendrá nuevamente otra alternativa que un Gobierno militar.

Conscientes de que no ganarán las elecciones, desarrollistas e in transigentes se disputan este ter cer puesto que les permita ser ár bitros de la política argentina. Los desarrollistas cifran en la economía la solución de los problemas de Argentina, mientras que los intransigentes (donde se han refugiado no pocos montoneros escaldados de su infiltración en el peronismo) confían en el voto de la juventud progresista a la izquierda del justicialismo.

Las restantes fórmulas electorales son el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Obrero, el Movimiento al Socialismo, el Frente de Izquierda Democrática y el Partido Socialista Popular, que disputan ya puestos desdeñables en el -panorama político de la nación.

Un sistema electoral por la ley de D'Hont

Por lo demás, el sistema electoral se rige por la ley de D'Hont para evitar la dispersión del voto, y la elección de presidente es indirecta, a través de un colegio electoral. Los cerca de 18 millones de argentinos con derecho a voto eligen colegios electorales en cada provincia, los que posteriormente designan al presidente.

La mecánica del voto ideada por los militares exige un cursillo previo para abrirse paso con soltura- entre candidaturas de diferentes colores (la elección es nacional, provincial y municipal), con listas numeradas por cada partido y recortables, según se vote al presidente, al gobernador, al alcalde, al senador, al diputado o al concejal.

Los menos preparados culturalmente introducirán en las urnas el boleto co mpleto de su partido y los mejor informados distribuirán su voto en función de cada candidato. En esta facilidad-dificultad se quiere advertir una ventaja brindada por los militares a los peronistas.

Cuarenta y ocho horas antes de los comicios será levantado el estado de sitio y sera acuartelada la policía federal, que carece de derecho al voto. Los argentinos, que paradójicamente están obligados a votar, a menos que puedan justificar su alejamiento hasta 500 kilómetros de su colegio electoral, acudirán a sus urnas de madera con alguna esperanza, no poco escepticismo y abriéndose paso por entre un censo bastante atrabiliario. Cientos de miles de- personas vivas no figuran en las listas que se consultan en las calles; las Madres de la Plaza de Mayo exigen la presencia de los desaparecidos en el censo de votantes. Sólo en Buenos Aires hay 30.000 documentos de identidad expedidos y sin retirar, y, las multitudes que pretenden regularizar su situación ante el Registro de las Personas llegan en estos días a las manos por no soportar las colas interminables.

Resulte como fuere la elección, es un espectáculo humano, que conmueve hasta las lágrimas, el de este pueblo intentando normalizar su vida civil, esperando retirar su carta de identidad -que: en su día no se fue a buscar por miedo-, procurando encontrar su apellido en un censo, reclamando la inclusión del pariente que está desaparecido, meditando en familia sobre el voto generalizado a una lista d detallado de entre las 11 que concurren, mientras que unos caballeros de uniforme velan estas urnas irrompibles de madera y presumiblemente sonríen ante el inminente triunfo provisional de la civilización política en el Cono Sur.

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