En una cena Alberto
Ruíz-Gallardón, alcalde de Madrid expuso una suave critica sobre Felipe
González:” Si le escuchas como orador te envuelve, te convence, pero al día
siguiente lees su discurso escrito y compruebas que no ha dicho absolutamente
nada”. Es cierto y propio del liderazgo de Felipe en la oposición y en el
Gobierno hasta que periclitó su carisma. No otra cosa ha ocurrido con el
Presidente Obama, crecido sobre discursos evanescentes y estrellado contra una
tangible taza de té. He sido seguidor de Felipe y amigo sincero y
desinteresado, pero reconozco en su último libro “Mi idea de Europa”, publicado
por “RBA”, la advertencia de Gallardón. Si lo lees en voz alta y con énfasis
brilla el estadista de altos vuelos, pero si te adentras en su lectura en
silencio te das cuenta que FG hace equilibrios sobre el alambre apenas
sugiriendo propuestas concretas para esta Europa en la encrucijada. Quizá la culpa sea del
formato porque el volumen es un cajón de sastre en el que se recuperan textos
añosos, discursos, debates y reflexiones sueltas de los últimos quince años, lo
que daña la cohesión y hasta la coherencia. Pero no en balde el autor, a más de
gobernar España durante casi 14 años, es un europeísta con mando en plaza.
Ingresó España en la UE por más que le dejaron hecho el trabajo sus
antecesores, Premio Carlomagno, preside por unanimidad el Comité de Sabios del
grupo de reflexión sobre el futuro de la Unión Europea, y no es Presidente de la
UE porque declinó el ofrecimiento.
Cierto pesimismo conecta
con las preocupantes noticias de estos años: “Albergo muchas dudas de que
Europa tenga conciencia de su propia y dulce decadencia. Ni siquiera Alemania
posee talla suficiente para competir con los macroconjuntos que se están
creando en el mundo. El liderazgo europeo cree que Europa nunca fue tan
influyente como ahora, pero en mi opinión Europa está perdiendo relevancia para sus ciudadanos y para el mundo”. Es más
que realismo; es tristeza maligna, precisamente tras Irlanda y el derrumbe de
nuestros bonos. Es muy sincero escribiendo del empleo y el Presidente Zapatero
debiera leerle: “Recibí una amarga lección en la primera legislatura cuando
prometí crear ochocientos mil puestos de trabajo y al finalizarla se habían
destruido otros tantos. En la realidad el empleo lo crean los empleadores, los
empresarios, y no los programas electorales”. Olvida FG que en 1983 nadie creía
en los famosos ochocientos mil y podían haber ofertado dos millones porque solo
se trataba de un demagógico cohete electorero. Rechaza los convenios colectivos
sectoriales y reclama, como la gran patronal, vincular el salario a la
productividad por hora de trabajo. Pareciera que acaba de ver “Tiempos
Modernos” de Charlie Chaplin. “Si alguien decide, y puede, trabajar mil
cuatrocientas horas al año, la productividad por hora será su jornal y su
Seguridad Social”. Eso se aproxima al estajanovismo, y Estajanov murió de
agotamiento.
La energía le ocupa muchas
páginas. Propone enlazar por los Pirineos con el gas de Siberia,
liberándonos del monopolio argelino. FG,
atendiendo a los votos ecologistas y a la izquierda verde, decretó nuestra
moratoria nuclear para comprar a Francia energía de origen atómico. Hoy se desdice
dulcemente: “Sarkozy y Gordon Brown fomentaron las nucleares ante la crisis
energética. Esta es una reflexión que tarde o temprano habrá de hacerse, porque
uno puede ser antinuclear de la frontera para acá pero no podrá serlo más allá
de la linde con Francia”. Somos sabios a fuer de equivocarnos pero es de
lamentar que FG no pensara así en la década de los ochenta. Incluso hoy parece
ignorar que los principales popes del ecologismo estadounidense aceptan la
energía nuclear ante estadísticas apocalípticas: EE.UU, la UE y Japón consumen
más de 50% de la energía. En pocos años China devorará el 25% de la producción
mundial, y no se cuentan India, África o Iberoamérica. Pese a la energía
alternativa, el siglo acabará con más plantas atómicas o nos alumbraremos con
cirios. Interpreto un párrafo sobre el futuro de la Internacional Socialista,
que califica de “Tribu ideológica”, como mensaje subliminal a Zapatero: “Una
política europea exige que los socialdemócratas recuperen la fuerza de las
ideas, no la fuerza de las ideologías. Conozco a mucha gente que tiene un
discurso ideológico como protección, como escudo que oculta la desnudez de
ideas. Es necesario un verdadero debate sobre una realidad nueva, radicalmente
distinta a la anterior, con propuestas nuevas”. Solo por esto merece la pena el
libro de este viejo amigo que, pese a todo, sigo apreciando.
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