En estos asuntos más
políticos y sentimentales que históricos conviene vendarse antes haciendo una
confesión de parte: soy hijo único de un afiliado al Partido Comunista,
voluntario del Quinto Regimiento de Líster y El Campesino, de Galán y de
Modesto, motorista de enlace con el frente de El Pardo donde un proyectil de
obús de los sublevados le dejó cojo y
ciego. Viví una postguerra de miseria hasta que un profesor de Filosofía
explicó en el aula que un cerebro bien organizado debe saber olvidar para abrir hueco a otros conocimientos.
Educandos guasones cuando no sabíamos la
lección arguiamos que estábamos
reamueblando el cerebro. No habíamos leído a Menéndez y Pelayo pero ya intuíamos con él que la memoria es el talento de los
tontos, y estábamos con Robert Louis Stevenson asegurando que su memoria era magnífica para olvidar.
En la biblioteca del Congreso
estadounidense se guardan cientos de miles de volúmenes sobre la Guerra Civil
española y José Antonio Samaranch habrá legado la mayor bibliografía sobre la
tragedia que existió en España. De los
sucesos de 1936 a 1939 y sus secuelas se
ha escrito tanto y con mayor apasionamiento como de la Segunda Guerra Mundial.
Leí todo lo que pude sobre ambos bandos (
no era difícil encontrar
bajo el franquismo libros prohibidos ) y entendí que la invalidez de mi
padre era fruto de los errores de los hombres, actores de una tragedia superior
a una guerra fraticida, recuperando mis
adolescentes lecciones sobre las bonanzas
del olvido.
Es un atavismo de la Humanidad
recuperar restos queridos aunque sea para incinerarlos, pero la ley de
la Memoria Histórica no es humanitaria sino el enésimo intento del Presidente
Zapatero y sus cabezas de huevo de enlazar con el franquismo saltándose la
transición política para hacer
triunfante a la II República. Las neuronas también saben borrar los recuerdos
que no placen. Respeto y entiendo a los hijos de los republicanos como yo que
buscan a sus deudos en las cunetas y en las bardas de los cementerios, pero
resulta patético el movimiento del barranco de Víznar para dar
con algún hueso de Federico García Lorca, empeño en el que sabiamente no
colabora la familia. Las técnicas de ADN son lentas, carísimas y nos llevaría décadas saber quién
es quién. La verdadera misión de la Historia consiste en presentar los acontecimientos y dejar las observaciones y conclusiones para
que las haga cada uno con libertad de juicio. Mirabeau
escribía: “ ¡Torturas,
mortandades, patíbulos: he ahí la
Historia ¡”. La Historia es una carnicería. No removais constantemente todo eso, para interrogar el pasado de noche y sangre. Es hacia el porvenir donde hay que buscar la luz”. Zapatero, que
nunca ha entendido la socialdemocracia que junto a la Democracia Cristiana
levantó Europa, prefiere llevarnos a la ceremonia de Valpurgis. Franco murió
hace 35 años y ésta volátil dirigencia socialista pretende mantenerle en respiración asistida, cuando el número dos del PSOE no recuerda el año del óbito del dictador. El trajín sobre
la abadía del Valle de los Caídos es patético, pataleta infantil y
probablemente sacrilegio. He preguntado a neurólogos amigos si Adolfo Suárez
sufre mentalmente, y me dicen que no. Es paradigmático que quién fuera
Secretario General del Movimiento y obstetra de la democracia, habiéndolo
olvidado todo es el político más sabio de España. En vez de osamentas rescato
la apelación del último discurso en campo abierto del Presidente don Manuel
Azaña, dirigido a todos los contendientes:….”Paz,
piedad, perdón”.
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