El avión que lleva a la capital boliviana, La Paz, no
aterriza sino que se posa en un aeródromo que por algo se llama “El alto” a más
de cuatro mil metros de altura. A pié de escalera me desmayé. Afortunadamente
en el “Sheraton” el servicio de habitaciones sirve
con igual diligencia un té de coca, un emparedado o una bombona de oxígeno. Fui
a cambiar unos pocos dólares al mercado negro y me entregaron la vuelta en
varios bolsas de plástico, tal era la devaluación real del peso. Unas hojas de
coca para mascar ( hacer “ acullico “) las pagabas con fajos. No
cediendo mi “ soroche “( mal de altura )
pedí aspirinas y me dieron una. Reclamé una caja y me miraron pensando: “Cuanto
le debe doler la cabeza a éste gringo “. Leire Pajin ha decretado unidosis para
ciertos grupos terapeúticos. No es que la indocta sea un rayo ministerial sino
que ha sacado del cajón el mismo proyecto del gobierno del Partido Popular con
Romay Beccaría y de su antecesora
Trinidad , y que por distintas circunstancias no llegó a implantarse. La unidósis
en Iberoamérica atufa a crisis económica
crónica y pobreza a largo plazo. En Argentina proliferan bandas especializadas en robo de medicamentos.
No me atrevo a criticar la medida porque hay médicos en pro y contra , pero la aspirina solitaria me melancoliza
trayendo recuerdos de tierras depresivas y desgobernadas con billetes de un
millón de pesos, precio de un café en la barra. Las multinacionales de farmacia acabarán cobrando el lucro
cesante.
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