Como muchos grandes miopes
soy alérgico al fútbol. Viviendo en Buenos Aires Julio César Strassera, Fiscal
General de la República Argentina, y el gran músico charanguista Jaime Torres(
el charango es una especie de guitarrita del altiplano con sones muy agudos) me
cogieron por los brazos arrancándome de mi casa para meterme a empujones en un
automóvil secuestrándome camino a “La
Bombonera”, la cancha de Boca Junior, para obligarme a ver un clásico
Boca- River Plate ( pobres versus ricos) y así desflora de una vez por todas mi
virginidad futbolística. Al primer movimiento en ola de la hinchada, me escabullí por un vomitorio y regresé
rápidamente a mi domicilio. Es obvio que no me considero un forofo.
Nunca he visto tales muchedumbres
enloquecidas con camisetas rojas y
banderas españolas por las calles de Madrid; ni en los sepelios de Tierno
Galván, tampoco en la de los abogados laboralistas de Atocha, o de Pasionaria, ni siquiera en la manifestación
ulterior a la asonada del 23-F. Jamás he contemplado tanta banderas juntas en un tiempo de silencio en donde exhibirlas
es símbolo de carcundia sino de fascismo. No creo en esas pamemas que el
Campeonato Mundial de Fútbol vaya a subir un
punto de PIB o aumentar el consumo a corto plazo, pero la noche pasada
del lunes fue el rebalse de aguas estancadas en las que era anatema el orgullo
de ser español. Si en algún momento llega la ocasión esas masas pacíficamente,
mansamente democráticamente, volverán a
rebalsar para vergüenza de los bribones. El fútbol es una metáfora y Madrid volvió a ser el rompeolas de todas las
Españas.
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