La primera vez que llegué a
Buenos Aires todavía era una ciudad de
desaparecidos y aún circulaban los famosos
Ford Falcón verdes de los grupos de mano desocupada maullaban sus
neumáticos en las esquinas buscando aún carnaza. Lavalle es la calle de los
cines y los acomodadores salen a la vereda a animar a los transeúntes a entrar
porque empieza la película. Teniendo tantos defectos son tan listos que el cine
se ofrece en versión original, por eso el cine español es tan requerido al no
necesitar subtítulos. En la Reina del Plata no había otra cosa que “Solos en la
madrugada” dirigida por D José Luis Garci e interpretada por Pepè Sacristán.
Había bofetadas para ver el film, y a mí me pareció que allí nadie había
llorado tanto desde la muerte de Evita Perón. No sé si Garci pensaba en
Argentina cuando dirigió su película pero tocó con dardo directamente en el
corazón de los argentinos. Eso sí que fue un Oscar para un creador. Me paraban
por las calles para preguntarme por el director español José Luis Garci y poco
conocía yo del personaje, pero en mi
condición de español me beneficiaba de su merecida fama y presumía de los dry
Martini que había compartido con él.
Acaba de publicar en editorial Notorius su último libro “Entrevistas “ con
un epílogo en donde se entrevista a sí mismo. He de decir con todo afecto que
lo peor de Garci es su apellido. Si se llamara Gerardo de Herralburo tendría
mejor pase en la Academia de Cine que
nunca le perdonará haber abierto brecha en Hollywood. Tendrá que morirse para
demostrar que es uno de nuestros mejores
directores de cine, dentro de una
industria escacharrada y pletórica de
flatulencias intelectuales.
Garcí, además, es un catedrático del cine que sabe que le sucedió a Humphry
Bogart con la jovenzuela Lauren Bacall
en “Tener o no tener”, o por qué tras
años de felicidad en el Santana y arrumbado en el alcoholismo, la Bacall abrazaba
a su moribundo y bajaba al piso de abajo
a revolcarse con Frank Sinatra que la traicionó. Garcí también es de esos sabios que entiende por
qué John Ford, cuando salía la caballería la hacía acompañar de perros. También sabe porqué John Foster Kane expiró
diciendo: “Rosewood” y también porqué cuando Orson Wells rompió una enésima
silla en un restaurant de Los Angeles dijo que a lo largo de su vida había
perdido trescientos cincuenta kilos de peso en múltiples dietas y no pensaba
continuar. También conoce que Rita Hayword era un monito español follada por el
flamenco de su padre y fue necesario
depilarla desde las cejas a la frente antes de convertirla en un mito. Tampoco
ignora que Cary Grand justificaba las bragas que usaba en su equipaje aduciendo
que ocupaban menos espacio ni que Rock Hudson destruyó a su secretaria
casándose con ella para tapar su homosexualidad. Garcí no sólo nos brinda
películas entrañables sino que en la televisión nos enseña todos los trucos y
las victorias que se enredan detrás de una cámara. Pocos como él han hecho
tanto para que sigamos amando el cine. Devorador de libros, que no es una
constante entre nuestros cineastas, Garcí es el único que nos devuelve a las
salas de proyección al margen de los repetitivos tostones de efectos especiales
estadounidenses. Argentina, paupérrima, no da una o dos películas interesantes
al año. Francia otras tantas, aunque últimamente están algo flojos. José Luis
Garci cada vez que torea nos derrama una lágrima de emoción. Nuestro director
siempre nos retrotrae a aquellas sesiones dobles en el cine de barrio con
palomitas y bombón helado donde curtimos una infancia que necesitaba de mucho
consuelo. Cada vez que veo alguna de sus películas me siento en las altas butacas del “paraíso”
o “el gallinero” intentando la imposible proyección desde la miseria a la
felicidad.
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