Una amiga rumana esperó
quince horas en la T4 del Aeropuerto de Barajas para poder tomar el avión a
Bucarest. Me temo que casi hubiera llegado antes pedaleando una bicicleta
porque estas son un vehiculo para el estío y la desorganización de todos los
transportes público es terrorífica. En España a partir del chupinazo de los San
Fermines, todas son huelgas abiertas o
encubiertas, legales o no, con servicios
mínimos o “ a las
bravas ”. El veraneo está resultando terso como una charca: a los
controladores áereos les están resolviendo el estrés sus homólogos franceses,
la RENFE ha amagado y no ha dado y solo quedan los flecos aplazados del Metro
madrileño. Ni centristas, ni socialistas, tampoco los populares se han atrevido
jamás a ponerle letra a la Ley de Huelga depositada en el sarcófago de Tutan kamon,
rodeado de maleficios. Los sindicatos han establecido la ley del silencio sobre que los trabajadores pueden o no deben hacer cuando deciden bajar
los brazos. Como en la ley de la selva aquí gana el que más empuja.
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